A medida que se acercaba la conmemoración del 8 marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, me preguntaba si las mujeres de mi ciudad se sumarían al gran paro que se convocó a nivel mundial. Entonces, recibí la invitación vía Facebook por parte de un colectivo feminista al plantón que se realizaría en las inmediaciones de la Fiscalía General del Estado a partir de las 16:30.
Por: Paulina Sepúlveda *
C
onversé con mi hija Camila que tiene 15 años y la invité a venir. Aceptó gustosa. Preparábamos todo, y cerca de la hora de salir en medio del aguacero, pensaba en las formas de protegerla en caso de que a la Policía Nacional, siempre tan obedientes, tan formaditos y armados, pudiesen reprimir la manifestación si ésta subía de tono. Recorría mentalmente, una y otra vez, los lugares por donde deberíamos encontrarnos si llegaba a pasar algo; sugerí que no se vaya de mi lado para mantener siempre un contacto visual que me permita reaccionar inmediatamente, esto a sabiendas que al grupo también se unían Lucía de 12 años y su mamá.
Llegamos. Eran las 17:00 en la Av. Patria y 12 de Octubre y entramos al grupo. Mujeres de todas las edades, acompañadas, solas, urgidas por levantar su voz, vestidas de negro y morado, Camila era una más y tan solo ir de negro ya era un buen síntoma para ella.
Estaban presentes hombres y fue realmente agradable verlos y saber que están preocupados, tratando de poner su hombro, demostrando que unidos podemos hacer más cosas que estando separados. Había extranjeros con los que cruzamos un par de palabras sobre los casos recientes de acoso escolar, todos aportábamos alguna idea, algún comentario con la indignación a flor de piel, todos asombrados con la falta de justicia que impera en el país; en este punto coincidimos la mayoría, se nos hizo un tanto irónico hablar de estos temas frente a una institución que "se supone" es la encargada de vigilar las denuncias sobre los casos de violencia y sin embargo, no cumple su papel fiscalizador de ninguna manera.
Ahora es más comprensible que el sitio pactado para comenzar la marcha fuera este lugar, desde aquí queríamos ser visibilizadas y escuchadas, nuestro afán era demostrarles que no olvidamos, las pancartas lo decían claramente "Seguir vivas es nuestra misión".
Nos encontramos con varios conocidos, entre ellos algunos profesores del colegio de la Cami, pude distinguir entre los asistentes muchos artistas, gente del teatro, uno que otro conocido de la universidad y fue en ese momento cuando comenzaron a llegar los policías, bajaron de un bus seguido del famoso "trucutú" (vehículo antimotines).
Las niñas preguntaban qué había dentro de ese monstruoso artefacto blindado, al cual en su vida habían visto, les contamos a manera de broma que era la forma más precaria que tenían los policías para jugar carnaval, bastaba que de ese gigante saliera un chorro fuerte de agua para espantar a todos, mi hija no lo podía creer, no veía la necesidad de mojarnos tomando en cuenta que el aguacero estaba amenazando con hacer lo mismo. La sorpresa que nos dimos fue que del bus bajaron mujeres policías fuertemente armadas con chalecos y cascos. Ellas solo cumplían con su trabajo y nosotros seriamos sus voces en esta ocasión, también gritaríamos por ellas y por su derecho a ser tratadas como iguales. Personalmente creo que muchas de ellas también querían despojarse de esos chalecos y venir con nosotras.
Nos fuimos relajando, tratando de llegar al centro donde iba a comenzar la ceremonia, una muchacha dio gracias por la vida de aquellas mujeres que lucharon para que las generaciones actuales podamos disfrutar de los derechos que tenemos, un olor a Palo Santo invadió el ambiente con una dulzura increíble, y luego llegó la murga con los tambores y la música.
Se prendieron las antorchas, la noche comenzaba a caer, todos tomábamos fotos, prendíamos los celulares para poder leer las hojas volantes que nos dieron, en las cuales estaban las consignas que iban a gritarse durante el trayecto de la marcha, al principio no gritábamos muy fuerte, luego fuimos perdiendo la vergüenza.
Comenzamos a caminar y a cantar, leíamos las consignas, gritábamos un poco más, al pasar por la Casa de la Cultura más gente se iba uniendo, la marcha en la que estábamos no era solo para exigir igualdad de derechos laborales, se convirtió en una marcha que pedía el respeto a pensar diferente, a ser diferente, fue una marcha en la que se expresó el dolor de las mujeres que exigían respuestas por los desaparecidos, gritamos en contra del acoso, y que no haya más muertes violentas, gritamos para exigir justicia para las mujeres que han sido violentadas física, psicológica y sexualmente, y entre grito y grito también hablábamos por los niños, niñas y por los hombres, pues nadie se salva en estos tiempos de ser agredido.
Camila Orbea y su mamá Paulina Sepúlveda
Cuando estábamos a punto de llegar a la Asamblea Nacional, el eco se hizo increíble, pasamos debajo del puente que sube al barrio El Dorado y gritamos que "las asambleístas actuales no nos representaban"; entonces yo vi a mi hija gritando a todo pulmón y supe que había tomado la decisión correcta y que ella sabía perfectamente que ésta era nuestra fecha para sacar la voz y gritar que somos fuertes, que cada día nos empoderamos más de nuestros derechos y que también así, o con una flor o una tarjeta, estábamos manifestando el amor enorme que nos tenemos.
A medida que caía la noche nuevamente nos sorprendió la lluvia, los asistentes comenzaron a dispersarse, pero el objetivo con el que habíamos ido estaba cumplido, así que decidimos volver a casa, empapadas por el aguacero y roncas de tanto gritar.
Hasta el año que viene esperaremos ansiosas la invitación y nuevamente iré con Camila un poco más grande, pero hasta que eso pase lucharemos un día a la vez ya sea en la calle, en casa, con la familia, los amigos, en las redes sociales, no importa el medio, la cuestión es hacerlo.
****** Paulina Sepúlveda es quiteña, de sangre chilena y ecuatoriana. La conocimos en un taller que dimos sobre Género y DH hace tiempo. Es un gusto gigantesco, del tamaño del Aconcagua y ‘mamá’ Tungurahua, publicar su hermoso relato, al igual que las fotografías de Camila, su hija.